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Artículo escrito en la sección Iritzia de Egin el 14 de agosto de 1993

Jakue Pascual - Sociólogo

La pasion de los mirones

Definir la esencia de la Semana Grande donostiarra es sencillo, simplemente es un acontecimiento básico compuesto de dos partes principales: la grandeza efímera del colorista ¡OH! artificial y la ingestión ritual de un helado. Ni La salve, ni las txoznas, ni Tam Tam Go, pueden contrarrestar la inercia de una multitud alucinada por la ilusión de encontrarse. (Parafraseando a G. Debord en "La sociedad del espectáculo"). De todas maneras tenemos suerte -podía ser peor- ya que es preferible que la masa mire al unísono, espacio-temporalmente hablando, al enmarcado ombligo ciudadano a que se vista con camisas pardas o azules. Menos mal que la mayoría nacemos con ojos, si no el CAT los alquilaría para pagar los ya públicamente costeados gastos fugaces. El tutti-frutti es otra cosa, en una economía de mercado cada cual se financia su propio helado.

San Sebastián es una ciudad para contemplar; es lógico, por tanto, que sus fiestas sean reflejo de esta razón de estética inválida, a su vez fruto de la visión microscópica de los poderes fácticos que la construyen. Bandas organizadas de tenderos de élite, de promotores del estrellamen turístico, de especuladores de tierras y dunas, de gestores de espectáculos ñoños, de politiquillos confinados en los márgenes de la corte y de machitos barrigones encuadrados en lógias gastronómicas o societys-pro. Huestes que fomentan una marchita democracia de centralismo ciudadano excluyente de la verdadera Donostia de los barrios y que fomentan la pasividad festiva, mutante de participación en patética pero "respetable" mirona. En definitiva, no es más que la imagen de los autoproclamados autócratas donostiarras proyectada sobre la pequeña pantalla de su concepción lúdica. ¡Niñooo! (la "a" la ponemos nosotros-as porque a "ellos" no se les ocurre) -por tanto, menor en edad, dignidad y gobierno- ¡estate quieto, se ve pero no se toca!

Esta mentalidad impositiva también se patentiza en otros acontecimientos menores (comparados con la mirada perdida en el cielo de una masa sólo considerada como moneda de cambio en forma de papeleta) como son La Salve: lugar estratégico donde la Virgen del Coro es enajenada de su hipotética popularidad por la reencarnación militarizada de los que en otro tiempo privaron a su hijo de la fiesta. Las Txoznas, contempladas en muchos lugares como espacio alternativo de ocio y válvula de escape que amortigua el agobio que supone el programa oficial en amplios sectores y, que en Donostia tienen declarada la guerra por parte de unas autoridades que evidencian su talante en términos xenófobos. Y La Música -propuesta por los gestores- que refleja la idea reducida que tienen del panorama, el cual es visto únicamente desde los tops promovidos por multinacionales, en ausencia cuasi absoluta de criterio sobre el inmenso potencial creador de su propio entorno.

Qué le vamos a hacer, algunos confunden el ser calvos con no tener un pelo de tontos y otros el ser intransigentes con tener la verdad. Dicen que el errar es un atributo humano, con lo cual debemos vivir en un zoológico marciano. Y entre dimes y diretes transcurre la fiesta en una ciudad donde lamentablemente, con tantos y bien pagados payasos como hay, los chistes los seguimos haciendo los-as contribuyentes.

¡Vaya, creo que me he pasado! El año que viene tampoco seré propuesto para el Tambor de Oro. Todo por pensar que una opción mínimamente democrática implica la apertura de posibilidades para el disfrute alternativo de las fiestas. Se impone una rectificación: La Semana Grande donostiarra es la mejor fiesta "europea" de Espa(n)a. ¡Ja, ja, ja!

 

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