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Artículo publicado en el número 150 de la revista Diagonal el miércoles 18 de mayo de 2011

Jakue Pascual - Sociólogo

V de Bildu, B de victoria

bilbao_marcha_bilduTras el veto del Supremo a todas las candidaturas de Bildu el escenario democrático quedaba clausurado. La inteligencia del movimiento soberanista de izquierdas ,y los progresistas del resto del Estado también, habían captado perfectamente el mensaje. El Estado español se deslizaba peligrosamente hacia el fascismo con el que nunca ha terminado de romper. Frente a este hecho la respuesta estaba muy clara, en Euskal Herria comenzaba la fase de la desobediencia.

Ya nos había sorprendido la ilegalización de Sortu. Se había producido de una manera temeraria, evidenciando que el Estado español no tenía ningún interés en solucionar el largo conflicto vasco. Sin embargo, la determinación del conjunto del movimiento soberanista por proseguir con el proceso unilateral de pacificación y de restitución democrática ya había dado la vuelta a la dura iniciativa represiva del Estado español y había calado de forma muy importante en la ciudadanía vasca.

Espacio sociológico

Hace ya muchos años, en los meses previos al anterior alto el fuego de ETA, afirmábamos en nuestra columna del diario Gara, que el problema último para el Estado no era el Movimiento de Liberación Nacional Vasco, ni tan siquiera ETA, sino el espacio sociológico de la izquierda abertzale. Es dudoso pensar que todas las ancianas, obreros, comerciantes, estudiantes, trabajadores inmateriales, parados, profesionales liberales, etc., que todos los soberanistas de izquierdas compartieran el criterio de la lucha armada, aún cuando sus fines estratégicos pudieran coincidir en lo concreto de la reivindicación del derecho a la autodeterminación de los pueblos.

Si en Euskal Herria habíamos pasado de un panorama de a cuatro –derecha e izquierda, nacionalistas vascos y españoles– a un panorama de a tres –estatalistas, autonomistas en grado variable e independentistas progresistas y de izquierdas–, y si Madrid se empecinaba con su intransigencia, pronto íbamos a estar a las puertas de un escenario de a dos. Porque el autonomismo nacionalista de derechas ya se hallaba seriamente tocado tras 30 años de Gobierno salpicados de nepotismo e inconsecuencia, y cuyo cenit se alcanzó con el fiasco del Gobierno Ibarretxe –y su referéndum inexistente– y la deriva del PNV en apoyo a una política de Estado neoliberal dependiente de consorcios empresariales y financieros especuladores y militaristas.

Repunte antiautoritario

Y es en este sentido de comunidad reprimida en donde se asienta el repunte del antiautoritarismo de los vascos. El sentido de lo común que conduce al anuncio de la desobediencia en vísperas del fallo definitivo del Tribunal Constitucional. Así es, si no existían opciones de representación institucional para el soberanismo de izquierdas, la propuesta consecuente –no exenta de debate– sería la de la desobediencia a través de la abstención activa que contribuyera a desenmascarar el fraude totalitario que se estaba perpetrando.

No, la coincidencia del movimiento soberanista de izquierdas vasco no reside en los documentos supuestamente incautados a ETA, una organización que ha confirmado su firme voluntad de concluir con su ciclo armado, sino en el rechazo a la farsa colonialista y falsamente democrática de un Estado cuyos representantes han sumido a su propio pueblo en uno de los agujeros más grandes de su historia alineándose con el militarismo y el neoliberalismo más salvaje.

Y eso es lo que defiende y defenderá a la postre la Ley de Partidos española en una Europa cada vez más autoritaria: la imposición política de los intereses de los grandes consorcios financieros, el expolio reiterado de las colonias, y la exclusión de quienes se opongan a tales proyectos en un nuevo marco de garantías que se ha depreciado pasando en algo más de 25 años de un Estado de bienestar a uno asistencial, y de éste a uno de caridad.

Catalanes, aragoneses, gallegos, andaluces, canarios, extremeños, castellanos... han mostrado con nítida claridad la solidaridad de sus pueblos con una coalición, Bildu, que había sido ilegalizada, porque entendían que la Ley de Partidos había traspasado la línea roja del fascismo. Engaño patente Ahora la utilizaban contra nosotros tros, los soberanistas vascos de todas las tendencias de la izquierda progresista y alternativa, pero sólo éramos el aperitivo de la Gran Bestia que terminaría por engullirnos a todos. El engaño era patente, el tema vasco era un perfecto comodín tras el que se ocultaba la deriva autoritaria de un Estado deslegitimado por el descrédito general.

Nosotros, los soberanistas vascos, no somos enemigos de los pueblos que hoy conforman con gusto o no el Estado de España, pero sí de sus Gobiernos neoliberales, fascistas y coloniales. La noche del jueves 5 de mayo, tras dejar patente nuestra crítica activa por mil medios, nos concentramos como pueblo soberanista de izquierdas en el arenal bilbaíno y ante el consistorio de Iruñea y volvimos a sentir el calor de la comunidad dispuesta a la desobediencia. Y, tras una larga espera, la noticia estalló en júbilo: el Constitucional había decidido, por un voto de diferencia, no ilegalizar a Bildu. Todos los verdaderos demócratas estábamos de enhorabuena, esta vez habíamos conseguido frenarles por los pelos.

 

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