Hasiera > Artikuluak > 2003 > Universo caníbal (2003-12-18)
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Jakue Pascual - Sociólogo

Universo caníbal

Un tren arroja su cargamento de carne humana. «¡Salchichas frescas!», recita Haarmann ante los hambrientos ojos de un niño desplazado por la guerra. La secuencia continúa: «¿Estás sólo? ¿Quieres comer? ¡Sígueme!». Ya en privado, un mordisco en la garganta y a desmenuzar el cuerpo que cuelga del gancho de carnicero.

Si hay metáfora potente, alrededor de los tabúes que fundan la sociedad, ésta es la del antropófago y la de su incontrolable obsesión por el objeto. Una pulsión edípica -si seguimos a Freud- que hallamos en los rituales comunitarios de la horda de Darwin, en el arcaico simbolismo de la última cena o en las truculentas patologías que nos asedian. Así, el caníbal transita por la historia como un término pervertido de Caribe que, acuñado por Colón, inicia la conquista de América. Un motivo que es utilizado por Montaigne para indagar al Otro temido y se retoma en el idílico salvaje de Rousseau. Un debate que tiene eco entre las vanguardias modernistas y dadaístas, en los alegóricos manifiestos antropofágicos de Andrade y Picabia o en el arte extremo de Zhu Yu, que se muestra masticando un feto humano en su performance. Una polémica que, en torno al Calibán-caníbal shakespeariano, se desarrolla alrededor de la identidad americana (Rubén Darío, Rodó, Ponce, Fernández Retamar y Zea), la liberación de los pueblos y la revolución (no olvidemos que para el Marx del plusvalor el Capital es caníbal).

Somos antropófagos, no hay duda, en un universo de dionosaurios, bacterias, cerdos y estrellas que se devoran entre sí. Atapuerca y sus tibias roídas casi concluyen con mi fe en el ser humano. La evidencia de la política fagocitante se halla en genes de Nueva Guinea, en Idi Amín, la contienda del Congo, las vacas locas, los negocios, Hansen y Gretel y los kulonga de Tarzán. Mientras, somos incapaces de legislar sobre la antropofagia nutricional, ritual o gastrosófica, como lo muestra el vacío jurídico del caso Armin Meiwes. Incluso si se estima que tres millones de personas realizan esta práctica azotados por hambrunas. Los casos proliferan, el carnicero de Milwaukee, Gein y Sagawa se come a su novia para que esté dentro de él. Regresan las dudas: ¿Comería carne humana para sobrevivir en los Andes? ¿Es cierto lo visualizado en 'Holocausto caníbal'? ¿Se zamparon al hijo de Rockefeller? ¿La cadaverina produce adicción? Alfred Jarry insistía en su 'Antropophagie' que lo noble del ser humano es asimilar todo lo bueno. Hanibal Lecter sonrie en el fondo de su mente, abre el listín telefónico y piensa: «Menú. Quid pro quod».

 

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